El eco de las ancestras

Dicen que, cuando una mujer comienza a escucharse de verdad, también empieza a oír otras voces. Son susurros antiguos, hilos de un canto que viene de lejos, como un murmullo que atraviesa la piel y despierta algo dormido.No son voces que asusten, sino que acompañan.Nos recuerdan que no estamos solas en este camino de retorno a lo sagrado femenino.

Detrás del llamado de la bruja interior hay un eco: el eco de todas las que vinieron antes.Las que curaron con hierbas cuando nadie creía en la medicina del bosque.Las que leyeron el cielo y escucharon al agua.Las que encendieron velas sin permiso, y soñaron con la libertad de hacerlo sin miedo.

Ellas fueron las primeras en responder al llamado, y aunque sus nombres a veces se perdieron entre cenizas o en los pliegues del olvido, su esencia aún nos toca.

Cuando cerramos los ojos y respiramos hondo, las sentimos: están en nuestras manos, en nuestras palabras, en la forma en que cuidamos, amamos y resistimos. Cada mujer lleva dentro una constelación de ancestras que susurran desde el tiempo.Y en las noches en que la luna parece más cercana, casi podemos oírlas decir: “Recuerda quién eres.”

De Hécate heredamos el arte de elegir en los cruces de la vida. Su antorcha ilumina los caminos cuando todo parece incierto, y nos enseña que no hay error en detenerse a sentir antes de avanzar.

De Circe, aprendimos el poder de la soledad elegida: esa isla interior donde podemos transformar la herida en sabiduría, y el dolor en perfume.

De Juana, el fuego del coraje; la certeza de que hay verdades tan hondas que vale la pena defenderlas incluso cuando nadie las comprende.

De Tituba, la memoria del cuerpo, la conexión con la tierra y con los saberes que fluyen de generación en generación.

Y de La Voisin, la intuición de las mezclas, la alquimia de la flor, la raíz y la intención.

Ellas fueron llamadas brujas, hechiceras, locas, rebeldes… pero nosotras sabemos que, en realidad, eran mujeres despiertas.Y su despertar no se perdió: se extendió, se multiplicó, llegó hasta nosotras como un susurro persistente que vibra en lo más profundo del alma.

Cada vez que encendemos una vela sin razón aparente, cada vez que cantamos mientras cocinamos, que mezclamos aceites con ternura o escribimos una carta al universo, ellas sonríen. Porque esos pequeños gestos son sus antiguas oraciones, sus plegarias transformadas en actos cotidianos.

Ser bruja no es algo nuevo; es recordar.

Recordar que la intuición es sabiduría, que el silencio también habla, y que hay un lenguaje invisible que une a todas las que alguna vez creyeron en la magia del amor, la belleza y la fe en sí mismas.

Ellas caminan en nosotras. Somos el eco vivo de su magia, la promesa cumplida de sus sueños más suaves. Nos habitan cuando tejemos una idea, cuando damos consuelo, cuando elegimos la ternura sobre la dureza. Su fuerza fluye cuando honramos nuestras emociones sin vergüenza, cuando dejamos que la luna nos guíe, cuando nos permitimos brillar sin miedo.

Así, la cadena se mantiene.

Así, el fuego nunca se apaga.

Y quizás por eso el viento suena distinto en las noches de luna creciente: porque son ellas, las que susurran entre las hojas, recordándonos que somos su retorno. Nosotras, las que escribimos, las que soñamos, las que sanamos, somos su eco y su continuación.

La bruja interior no está sola: es un coro. Un coro de voces antiguas que florece en nuevas gargantas. Y cuando aprendemos a escucharlas, algo dentro de nosotras se aquieta. Porque comprendemos que la magia nunca se fue, solo estaba esperando a ser recordada.

Y tal vez, cuando ese eco se transforme en voz, descubramos que cada gesto, cada palabra y cada acto de amor son también conjuros. Pero esa, quizá, sea la próxima historia que nuestras ancestras quieran contarnos.

Amándome 💖

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